No sabía cuándo podría volver. No sabía si quería volver pero sabía que quería estar con ella. Ella no sabía cuándo podría partir. No sabía si quería partir pero sabía que quería estar con él. Estaban en un lugar como ningún otro. El se veía rodeado de verde: altos árboles, vegetación por montones, un manantial de agua fresca y el sonido de una cascada no muy lejos. Tanto que hizo su hogar sobre un árbol. Ella estaba en otro tipo de jungla, de esas de concreto. Un lugar ajetreado, acelerado, impaciente y un tanto impasible. Pero ella lo amaba, basta con decir que vivía en un piso 16 con vista a una plaza de rosas, vivía cerca de donde trabajaba en un piso 42. Pero la mente de él estaba en ella y la mente de ella decía verde. Pero no quisieron dejar lo que tenían, su seguridad, su calma, su rutina amada. Decidieron nunca dejar de escribirse. Él caminaba un par de horas para enviarle una pequeña caja por correo aéreo que tardaba una semana. Cada semana ella pasaba por correos unos minutos antes que abrieran y su amigo le recibía un pequeño paquete y recibía la tan anhelada encomienda: una carta de cómo se encontraba, de lo mucho que quería estar con ella allí y de cuánto la amaba a pesar de que no pudieran coincidir en lugar físico y, junto a este papel esperanzador, una pequeña artesanía que hacía el para ella. El seguía prácticamente la misma rutina, ella decía que debía esperar a que ella lograra su objetivo de subir unos pisos en el trabajo para poder optar a mejor sueldo y vacaciones y por fin estar con él, ella lo amaba y se lo explicitaba en su carta. La cara de él resplandecía al leer ésto y luego se maravillaba con lo que ella enviaba: Un juego de ingenio que compraba en una feria cerca de su casa, cada semana el desafío era mayor. El juego de ingenio se hacía más difícil, la artesanía debía ser diferente y el no podía quedar sin diseños en mente, las palabras se agotaban y éstas no pueden llenar el corazón por siempre. Pero eran felices a pesar de la dificultad.
Un día él apareció en el piso 42 con tres rosas rojas y su mejor traje, una gran sonrisa en el rostro y un peinado que no se hacía hace años, preguntó por ella y le dijeron que preguntara en el 46 que ella ya no trabajaba ahí. Se alegró, pensó que ella ya había logrado lo que le faltaba para poder ser acompañado de vuelta. Preguntó unos pisos más arriba y en doce segundos su cara se puso pálida y dejo caer las rosas. En el preciso instante que la primera perdió un pétalo por el golpe ella se recostaba en la hamaca que él había hecho entre el árbol y el pórtico de su casa, lloraba y su llanto se escondía con el sonido de la cascada. Tanto amor se tenían, tantas ganas de verse se tenían, tanto conversaban que se habían coordinado para viajar al mismo tiempo para dar la misma sorpresa a la misma hora. Fallaron en la comunicación, fallaron en la coordinación pero, ¿fallaron en el amor? Al volver ella encontró dos rosas y una carta en su escritorio y él una radio a pilas y una carta en su cama. Él prometió conservar la tercera rosa hasta que volvieran a encontrarse, ella grabó su voz en un canto en una cinta y su carta prometía cantarle aquella canción para cobijarlo en las noches antes de dormir, y ambos a su vez prometieron coordinarse para la próxima.
Y así se llevaron otro año entre carta y carta. A la carta número 58 desde aquel incidente decidieron juntarse, ella dijo que necesitaba una semana más y él debía atender unos asuntos en la jungla gris. Viajó, resolvió sus asuntos y por fin la vio pero no fue por mucho, ella estaba demasiado ocupada para darle más de dos minutos al día y él debía terminar sus trámites con celeridad para poder seguir. Volvió él un día antes que ella viajara no sin antes avisar y coordinar el principio, la primera junta en lo que sería la mejor semana de sus vidas.
Él llegó a la jungla verde como fue prometido y fue interceptado por el cartero local. Recibió un paquete más grande de lo usual, era una cinta y otra caja que decía "No me abras hasta escucharme" entendió inmediatamente mientras sonreía. Al volver a su hogar preparó té para relajarse y se sentó frente a la radio para escuchar. El estruendo de la taza rompiéndose fue inmenso, calló incluso a la cascada.
"Lo siento. No puede ser. Te amo pero esto no resultará. No veo lo que tienes más que como unas vacaciones. No puedo dejar lo que tengo por ello. Realmente lo siento. Adiós."
Al comenzar a llorar no atinó a más que abrir aquella caja. Eran las rosas que él había dejado, marchitas pero completas y una carta que, supuso, sería la última. "Realmente lo siento. Recibí una promoción inesperada, me cambiarán de ciudad y de trabajo. Realmente lo siento."
Y allí quedó él. Devorado por una jungla verde en medio de la noche. Marchito, taciturno y triste. No halló nada mejor que resolver los juegos de ingenio mientras quemaba la radio y las cintas.
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