sábado, 27 de octubre de 2012

La más linda del jardín.

Paseando por el patio trasero de la vida, el garage de recuerdos, las plantas que crecieron de tanto amor que he desplegado en este lugar, decidí quedarme un tiempo para ver la creación, revisar lo que he hecho, repasar revistas viejas, leer esa vieja novela que solía escribir en mi juventud y que terminó como tragedia griega. Que bueno que ese libro está terminado, pero nunca está de mas desempolvar los recuerdos para no olvidar, nunca olvidar esos detalles, alegrías y errores.

Es un día de aquellos. Es un instante de desesperación que busca la paz, es un lapso de soledad en esta nueva novela que estoy escribiendo, es como caminar descalzo por una paradisíaca playa y pisar una piedra con filo. Es un momento de reflexión.

Y me estoy comiendo el tiempo como quien ansioso se come las uñas, estoy desconcentrado, es un miedo casi injustificado, son ganas de gritar, de comprar loza para romperla con un bate, son ganas de golpear mi cabeza contra la pared hasta quedar inconsciente. De fumarme un cigarro y apagarlo en mi mano.

Pero es ahí cuando giro la cabeza y está ella. La flor más bella de este jardín, la que me tiene sentado escribiendo esta novela. Me acerco a verla y, sin darme cuenta, le apareció una espina, muy cerca de la base. Hay sangre. Es de mi pié, es lo que me ha estado molestando este rato.

¿Qué pasó bonita?

Me repaso una y otra vez todo. Y todo me repasa una y otra vez.

Sorrow.

Golpeó la mesa, agachó la cabeza y rechinó los dientes para no decir algo que no quería. No quería que la ira lo sobrepasara y que empezara a hablar por él. Golpeó nuevamente la mesa, pero con la otra mano y entre las dos, un golpe con la cabeza. Ella sólo veía lo que el hacía y sentía que le temblaban las manos, pero era él que apretaba los músculos y movía la mesa. Pobre mesa, se llevó lo peor ese momento.

Se puso de pié, tomó ese gorro japonés que había adornado su casa desde hace años y sin decir palabra se acercó hacia la puerta y se quedó en el umbral antes de hacer cualquier cosa. Levantó la cabeza y sintió el frío que lo invadía. Ella miró su té y luego donde la cabeza de él estaba, había dejado marcada su frente con sangre y sus ojos con lágrimas. Otra lágrima recorría la cara de ella. Fue a verlo.


Parado en la puerta, ahora cabizbajo, no se movía. Parecía que tiritaba, pero no se movía. 

Le tomó la mano. Él le pidió que no, que no se acercara, que no le dijera palabra alguna.


Ella no le hizo caso y le tomó el antebrazo. 

Se dio vuelta y la abrazó, manchó su ropa con sangre. Manchó su cuello con lágrimas. Manchó su alma con dolor.


Le dijo que no volvería, que tuviera una buena vida y que lamentaba haberle hecho perder su tiempo.

Tomó el gorro, se lo puso y salió a la lluvia.



Y sucede que no volvieron a verse las caras. Ni a hablar. No hubo una señal de vida y tampoco un recuerdo que disminuyera el peso del dolor. Ella nunca encontró alguien como él y él nunca volvió a buscar el amor, sabía que sería en vano.

Sucede que él volvió a embarcarse en ese barco que daba vueltas en una espira de autodestrucción.

lunes, 15 de octubre de 2012

Cuento corto (3)

Sucede que después de haber pasado tantas veces por la misma calle, cruzó la mirada con una alegría que no había visto antes. Se sonrió pensando que podrían cruzar caminos de nuevo, así como para invitarle a un café, siquiera para pedir un nombre.

Sucede que nunca volvió a pasar por aquella calle.

lunes, 12 de marzo de 2012

Un pequeño trozo.


Debo advertirle que esa cosa roja que tienes en tus manos y late le falta algo. Un pequeño trozo de mi corazón se ha perdido en el tiempo, en los años que ha sido un vago. En todas esas noches de soledad y hasta angustia. No es algo que vaya a recuperar y no creo poder hacerlo. Más aún, no quiero hacerlo. Es una cicatriz, un pequeño algo que me recuerda todo lo que he vivido, todo lo que he sufrido, todo lo que quedó atrás. Experiencia.

Un pequeño trozo de mi corazón está perdido en mi pasado. Pero yo te digo que no importa, que es una linda llaga, un perfecto imperfecto. Y me gusta que esté ahí recordándome las cosas que hice mal y que no debo repetir, que me recuerda que puedo ser fuerte.

Antes había un vacío también. Y mucho frío. De a poco voy llenando eso contigo, con lo que me das día a día. Y tu calor me mantiene a punto, tibiecito y feliz.

Gracias por cuidarlo. Gracias por querelo.

Todos los días me preocupo de cuidar el tuyo.

miércoles, 7 de marzo de 2012

Siesta.

Estar acostado en mi cama ya no es lo mismo. Estar ahí sin sueño, tranquilo, quizás escuchando música, mirando al techo, pareciera que le falta algo. Basta con girarme para darme cuenta que no estás ahí. Que hoy no puedo compartir con tu cuerpo y que estoy tranquilo. Girarme para dejar caer mi brazo porque no está tu cintura para abrazar.
Tomar una siesta ya no es lo mismo. Es algo más. Tomar una siesta solo tampoco, el recuerdo de tu presencia me acompaña y me alegra. Y a veces creo aún poder sentir tu aroma en mi almohada. Mejor ven para sentir tu calor, ven y tomemos una siesta juntos. Salgamos por ahí, conversemos de la vida, riamos. Comamos algo rico, dame besos después. Abrázame, que me gusta apretar tu cuerpo contra el mío. Llévame a un lugar que no conozco, llévame de la mano.

Los colores son más brillantes, los detalles más lindos.
Los abrazos son más cálidos y los besos más ricos.

Y cuando caiga la noche vamos a disfrutar un rato la luna. Ahí donde el mar se mueve tranquilamente y el frío nos obliga a apretarnos más. Luego vamos y tomamos otra siesta, vemos una película y nos vamos a dormir.

Estar acostado en mi cama ya no es lo mismo. Estar ahí, sin sueño, tranquilo, quizás escuchando música, mirando dentro de tus ojos, pareciera que no falta nada. Basta con sonreír para que me des un beso. Que hoy puedo compartir con tu cuerpo y que estoy tranquilo. Sonreír para que te aprietes contra mí y poder abrazar tu cintura.

Y me gusta sentir tu aroma. Y me gusta sentir tu calor. Y es que me gustas, y es que te quiero.

jueves, 26 de enero de 2012

Cuento corto (2)

Resulta que un día decidí salir a caminar y me encontré con la grata sorpresa que esperabas micro justo donde  yo debía hacerlo. Me sonrojé y escondí tras una palmera, esperando que no me hayas visto. Tomé mi celular y te mandé un mensaje: "¿Cómo esta el clima en el paradero?"

Resulta que tu respuesta, muy tranquila, fue: "No lo sé. Dímelo tu que sigues ahí :)"
Y por cabro chico llegue tarde a nuestra cita.

viernes, 20 de enero de 2012

Estaciones.

Te conocí cuando caía la primera hoja de otoño, y antes que esta tocara el suelo ya me gustabas.
Más de una vez caminamos a través del invierno y nunca nos capturó una fuerte lluvia.
No fue sino hasta primavera cuando floreció todo. No fue sino hasta mis 22 que disfruté la primavera.
Y el verano llegó para burlarse de mi. Y recién estamos a la mitad del verano.

Te di uno blanco en otoño y otro en cuanto empezaba el verano.
No puedo esperar a darte un abrazo como los que me dabas en primavera.

Lo mejor de la primavera era que, en mi soledad,  brotaban las sonrisas, todo era más alegre, y recordaba de (algo de) ti y se me dibuja sola la sonrisa que me hacía ver como un estúpido y reía y era feliz.
Y justo cuando el sol empezaba a calentar ocurre que se nubla, se nubla durante días, semanas, las noches son heladas y todo se oscurece. Tan solo ocurre, sin previo aviso. Un verano distinto a los que estoy acostumbrado.

Resulta que viene el otoño. Y lo pienso así porque no quiero seguir en verano.
Siempre me gustó más el otoño. Incluso antes de que me gustases en ese otoño. Sólo me gustaría que lloviese más.
¿Y sabes qué? Me gustaría que todas las estaciones fueran mis favoritas, me gustaría tener un hermoso recuerdo tuyo en cada una.

Pero mirándolo desde otra perspectiva si lo hay.
Cine, Valparaíso, besos y música en el bosque.
Otoño, invierno, primavera y verano.

Ay, me hiciste sonreír. No queda otra que esperar.

sábado, 14 de enero de 2012

martes, 10 de enero de 2012

Hoja en blanco.

Llevo aproximadamente dos horas con esta página de blogger abierta mirando el blanco, el vació, la no falta de inspiración. Y es que tengo un cuento armado en la cabeza, pero no quiero escribirlo. Es básicamente parecido a mi día pero en una realidad alternativa, con un lindo departamento blanco en un cuarto piso y cuando el personaje cae rendido en su cama luego de la ducha ella le trata de subir el ánimo pero... Ahí viene la parte que no quiero escribir. Como todo lo que quería escribir hace horas, que me picaban los dedos. Pero no puedo, mi yo interno me dice que no lo haga, creo que me esconde algo.

Así que estoy en búsqueda de una historia para contar. ¿Quién me da un lugar y una situación? Cualquier cosa me sirve.

jueves, 5 de enero de 2012

Llegada.

Y llegó a suceder que Eric se paró en la misma esquina, meses después, y se fumó un cigarro apoyado en ese poste. Y miró pasar los autos, esperando, impaciente y ansioso. Nada pasó. Ninguna cara conocida se bajó de ningún auto conocido, sentía que no pertenecía ya a este mundo, se sentía agobiado y la impaciencia no lo dejaba.
Día a día y como estúpido miraba desde el poste por si volvía. Por si, al menos, podría confundirla para tener un ápice de esperanza.

Y así pasaron ciento dos días. Ciento un cigarros y millones de autos. Unos cuantos litros de alcohol. Cien canciones tristes para guitarra y unas seis canciones para llorar. Eric nunca perdió la esperanza ni la paciencia pero tampoco la ansiedad ni la impaciencia. Tampoco perdió el cuchillo y tenía miedo de conocer un nombre que le diera uso. Y así pasaron días que sentía como meses.

Ese día tocaron su hombro, preguntando la hora, respondió sin mirar más que el celular que apenas asomaba de su bolsillo. Ella reconoció la voz de Eric pero no dijo nada, tampoco se fue del lugar. Quedó del otro lado del poste y se apoyó en la misma posición que estaba él, inconscientemente. Eric sacó un cigarro, el número ciento dos y ella sintió esa particular combinación del olor del cigarro con el olor del perfume de Eric, pero había algo distinto en el aire. Y ambos sabían que era la incomodidad de saber que los dos estaban allí pero no podían hablar, no se podían ni mirar.

Como poseído, Eric prendió otro cigarro aún cuando no había terminado el que iba fumando, botó el viejo y se giró. Se dio un ligero golpe en la frente contra el poste, quemó una vez y tomó la mano de ella sin decir palabra. Y así caminaron a paso apurado durante veinte minutos hasta llegar al mismo lugar donde se habían dado el primer beso, Eric se tendió allí y se tapó la cara hasta la punta de la nariz con el gorro que siempre llevaba en invierno, ella no dijo nada y se apoyó en el pecho de él a escuchar su corazón, a sentir su calor, a hablar sin pronunciar palabras. La luna daba un impresionante espectáculo de luz blanca y el mar acariciaba los oídos de los amantes distanciados.

En cuanto Eric abrió la boca para hacer la maldita pregunta, ella le dio un beso.

Nada se dijo hasta el otro día.

martes, 3 de enero de 2012

Escape.

En cuanto perdió de vista al auto siguió caminando pero no iba a su casa, buscaba un hogar. Eric sólo buscaba paz, no importaba que hubiera una cama, no importaba que no hubiera un baño, no importaba que no hubiera techo y que estuviera lloviendo, mejor que estuviera lloviendo. Eric había estado tan feliz ese día que quería extenderlo para toda la vida pero sabía que todo se iba en ese auto y que no volvería. Eric sabía que debía huir.

Y así fue como tomó una micro que nunca había visto antes. Se sentó, se puso los audífonos y olvidó lo que pasaba a medida que la música silenciaba su cerebro. Pronto cayó dormido.
Soñó cosas raras, vio cómo una pareja era devorada por un lobo, vio una nube perseguir a una mujer impidiéndole ver el cielo, vio un hombre saltar de un edificio pero que nunca llegaba al suelo; Pero su sueño más raro fue verse a si mismo en un espejo, con una máscara que cubría la mitad de su cara, y ese fue el único que pudo interpretar ya que, por más que intentaba, no podía sacarse  la máscara. Y era que él no quería sacarla realmente, nunca estuvo pegada a él, pero de todas formas podías ver lo que expresaba. Eric sabía que no debía sacarla.

Despertó cuando le agitaban el hombro, bajó medio dormido y en cuanto se sacó los audífonos vio cómo la micro partía. Era un lugar totalmente nuevo, desconocido y brillante a la vez. Brillante en su mente, era un bosque alto y viejo, un camino de tierra y todo era opaco, otoñal y triste, pero él se sentía a gusto allí. Acomodó su mochila y se dispuso a caminar; Y lo hizo en sentido contrario al que tomó el bus. No duró mucho cuando decidió adentrarse entre el bosque.

Caminó por una hora cuando notó que había dado con otro camino, se preguntó si era el mismo y decidió seguirlo con la esperanza de encontrar lo que buscaba. Atento a su alrededor y, camuflado en el ambiente sombrío y hermoso, encontró una bodega. Tablas a medio podrir, techo agujereado y una capa de hojas que tenía más de cuatro pulgadas de espesor. Limpió con los pies su camino y entró.

Logró distinguir una mesa, una pila de tierra que estaba cubierta de hojas que caían desde el hoyo del techo  que, por cierto, le daba suficiente luz para guiarse, y una silla que estaba tirada al otro lado del lugar. Se sintió aliviado de poder echar a descansar los huesos y, casi de inmediato, se quedó dormido en la pila de hojas. Cuando despertó se sintió tan descansado que creyó que había dormido una larga siesta y, no fue sino hasta que vio su reloj, notó que había estado allí un día y medio completo. Durmiendo. Eric se sintió aliviado de que no tenía nada que hacer salvo pensar.

Recorrió el  lugar, tomó la silla que aún servía y la llevó a la mesa, y ahí fue cuando se dio cuenta de que había un cuchillo clavado en la mesa. Lo raro es que el cuchillo no parecía tener más de un mes allí, no estaba más descuidado que una capa de polvo. Lo sacó y notó la inscripción que lucía.

"Bienvenido extraño. Siéntete como en casa y no dudes usar esta herramienta para alimentarte o para cuando  te des cuenta que aquello de lo que arrancas no volverá"

Eric llegó a vivir una semana allí y su mochila fue encontrada tres meses después.