Se subió al escenario, no era la primera vez. Un sólo foco iluminaba aquel lugar que le había dado tantas alegrías, tantos bellos momentos, amores irreales, historias interesantes, premios, amores reales, familia y aplausos. Un sólo foco que la iluminaba a ella en medio del escenario. Sola. Imaginó aquella melodía que bailó por primera vez ante un publico. Recordó la primera vez que sudó de nervios antes que por moverse.
Bailó. Bailó al ritmo de la música que corría salvaje por su mente. Danzó como si fuera la última vez que iba a poder hacerlo. Se liberó, dejó su ser en aquel escenario que la había visto crecer, pero falló. Cayó sobre aquel escenario que la había visto fallar antes, caer en los ensayos, empujar compañeras de espectáculo, fallar en un salto y torcerse el tobillo. Muchas veces falló, tantas como las que salió adelante y se superó. Se sentó, abrazó sus piernas, una sola lágrima dejó ir, la secó y volvió al ruedo. Y, una vez más, se superó. Dejó su esencia en el escenario, se lo regaló. Al terminar en aquella pose perfecta que sólo ella sabía mostrar con elegancia un aplauso salió de las tinieblas de las graderías. Se sentó a orillas del escenario y se le acercó él, aquel hombre que la apoyó durante años y quien es su esposo.
-¿Por qué has venido mujer? Llevas años alejada de las tablas.
-Debía cerrar un ciclo. Corresponde dejar atrás de manera correcta, no puedo hacer este cambio sin terminar lo anterior.
Agachó la cabeza pues sabía que lo que decía era lo que debía hacer. Sabía que sólo sacándose la danza del cuerpo podía seguir adelante con su nuevo proyecto de vida.
Él la abrazó, le besó la frente. Sonrieron. Se sacó las zapatillas de ballet y las dejó en medio del escenario.
Salieron del lugar camino a casa. Una parte de ella había sido archivada y tan sólo pensaba en su futuro. Era lo correcto. Ella lo sabía y así lo sentía.
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