Me despertaste de la siesta acariciando mi mejilla. Entibiaba tímidamente el sol un tanto naranjo y su reflejo se veía precioso en el agua. Te sentaste a mi lado mientras despertaba y tarareabas una canción. Suave y relajante.
Caminamos por el sendero mientras nos alejábamos de la cascada, me tironeabas ansiosa, yo no entendía nada. Me detuve un segundo y corrí de vuelta, te quedaste parada mirándome y no te moviste. Volví con la cámara en la mano, presentí que la necesitaría. A medida que nos alejamos te fuiste relajando y te abrazaste a mi, sonreí y caminamos tranquilamente en silencio. Ya estábamos ahí, no había apuro para nada, todo era para nosotros y nosotros eramos para ello. Llegamos a nuestro improvisado, pero acogedor hogar, me cambié de ropa y tomaste un bolso y te miré extrañado. Sonreíste, y con eso no necesitabas más, y me guiñaste un ojo. Solté una carcajada suave y tímida, miré al suelo y negué con la cabeza, te seguí el juego, me pasaste una manta. Salimos tranquilamente, me decías que habías encontrado el lugar perfecto.
Era un claro entre altos árboles, me extrañé de no haberlo visto antes. Extendí la manta y te sentaste, me senté en frente. Sacaste del bolso una canasta y una radio pequeña, esa a pilas que tenías guardada. Pusiste tu tema favorito y me lo cantaste. Te miré atentamente y te sonrojaste, linda. Exploré la canasta en cuanto terminaste. Habías preparado algo, un par de emparedados, un termo y bolsitas de té. Idílico. Preparamos el té, repartimos la comida y conversamos. Hacía ya un tiempo que no hacíamos eso. El tímido sol que huía de ahí y la música le dieron un toque especial a la comida, se hacía de noche y no me preocupé, vi las linternas que trajiste. Al terminar me eché sobre la manta, ¡Estuvo delicioso! Pusiste las cosas a un lado y te acurrucaste a mi, apoyando tu cabeza en mi pecho. Acaricié tu espalda y comenzaron a salir las primeras estrellas. Te dije que le pidieras un deseo a la primera estrella de la noche. Suspiraste profundamente y me miraste, sonreí y besé tu frente. Estuvimos así, disfrutando el ruido de la brisa suave en las hojas, por un buen rato. Empezaba a quedarme dormido pero te levantaste repentinamente. Tomaste mi mano, me levantaste y empacamos.
Prendiste la radio y pusiste música movida. Yo caminaba y tu bailabas libremente frente a mi. Alegre, libre, feliz. Llegamos a nuestra casa y te sacaste la polera, me sorprendí y me tiraste mi traje de baño en la cara. Mientras me lo ponía saliste corriendo. Me apresuré para seguirte, llevé la lámpara a gas.
¡SPLASH! Se escuchó tímido al lado de la cascada. Nos iluminaba la luna. Era nuestro pedacito de paraíso. Me miraste y me hiciste señas para que entrara. Salté, confío en ti. Estaba helada, tu rostro decía lo mismo. Nos abrazamos, nadamos y jugamos cuales niños en el agua. Me besaste y saliste. Te miré mientras salías y fuiste detrás de un árbol. Trajiste toallas. Un abrazo más y volviste al árbol. Trajiste un chaleco para cada uno. Lo habías planeado todo. Fue perfecto. Llevamos nuestras cosas de vuelta a nuestro refugio. Te miré con cara de cansancio y me recosté sobre la cama, me acompañaste.
Te di las gracias. Tiempo que no sentía tanta felicidad en tan poco tiempo. Lo único que respondiste fue:
-Je t'aime, belle.
-Je t'aime, ma chérie.
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